Hace demasiado tiempo que no leo,
que no escribo;
demasiado tiempo que no sé lo que es teclear sentimientos y pasiones,
dudas e inseguridades,
miedos y decepciones,
alegrías y amarguras.
Por eso siento que me pierdo.
Por eso siento que me pierdo.
Aunque si echo la vista atrás,
no soy capaz de recordar
cuando he sido yo y no las circunstancias,
cuando me he sentido feliz de verdad
y no ese paripé de dejarme llevar por la corriente
que es la vida y los días,
las personas y las vivencias que llegan
y que deciden por ti si no te paras a echarles cuenta
y ser consciente de que no eres tú quien está viviendo.
Hace tanto que tengo la sensación de que solo sobrevivo...
como si en el fondo
supiera que un día tengo que coger el toro por los cuernos
y cambiar mi vida;
pero no lo hago y no me libero
y por eso no vivo
y simplemente dejo que pasen los días
como si alguna vez,
por obra y gracia del espíritu santo,
o como cosa de magia,
todo pudiera dar un cambio
y me sintiera, por fin,
feliz desde por la mañana al despertar
hasta que me acostara.
Seguramente toda la vida he tenido miedo.
Pero no de ese que se viene y se va
según la circunstancia,
sino verdadero y puro miedo.
Un miedo desmesurado y casi paralizante
que me ha impedido hacer demasiadas cosas.
Miedo a pasarlo mal,
a que las acciones y omisiones de las personas que quiero
o que no quiero me duelan demasiado
y el daño sea insoportable,
miedo a mi propia ansiedad
que me resulta casi insodomizable.
Miedo por mil razones más,
pero sobre todo,
miedo al miedo.