Ella, al verlo, materializó una sonrisa que ocupaba todo su alrededor de la alegría que le dio. Juan le ofreció un cálido abrazo para reconfortarla del duro camino que había llevado.
A San Pedro no le hizo falta ver nada más para abrir las puertas del cielo; al cruzarlas se reunió con su marido que partió casi tres décadas antes y la esperaba sentado en la mecedora desde donde la había estado protegiendo hasta su reencuentro.
Pasaron los días y las noches hasta llegar la Nochebuena donde se reunieron todos junto a las demás almas para celebrar el nacimiento de Jesús.
María estaba muy desconcertada por lo que ocurría a su alrededor y por los que había dejado en la vida terrenal.

Por eso cada año se celebra en la casa como si fuera el último. Mientras miramos por la ventana con la copa alzada para brindar con los del otro reino y ellos nos devuelven el brindis pidiendo salud por los de la tierra.