lunes, 29 de enero de 2018

Las apariencias engañan

Cuenta la historia que una vez un hombre era juzgado por su forma de vestir, parecía un vagamundo, según comentaban algunas personas de a pie que pasaban por su lado; de hecho en más de una ocasión, cuando ya iban a pasar por donde él se encontraba, se retiraban algunos metros o incluso cruzaban de acera.

El hombre veía ya aquello como normal y de hecho le gustaba hacer lo siguiente: cuando tenía que aparecer en un acto público, siempre hacía como que le pasaba algo para parecer ausente para el pueblo llano, aunque permanecía en el mismo sitio que sus semejantes contemplando aquellos hechos donde tanto tenía que ver.

Las palabras de las personas que iban a esas inauguraciones eran de asombro por la majestuosidad que se mostraba en las obras que contemplaban, pudiendo observar en ellas diferentes emociones, dependiendo de cada uno.

Al día siguiente en los periódicos de la comarca volvió a salir en portada la obra de aquel hombre anónimo, hablando con palabras rimbombantes que no dejaban duda de lo grande que era.
Pero él seguía llevando su vida exactamente igual que siempre, vistiendo y calzando la misma indumentaria.

Un día decidió entrar en una galería de arte donde lo miraron con recelo al encontrarlo dentro; al dirigirse la dependienta hacia él y preguntarle si le podía ayudar en algo, esta se quedo un poco extrañada porque su cara le resultaba muy conocida y tras un rato hablando con él sobre diferentes obras dio con una que llevaba mucho tiempo allí y no salía su venta.

Él se enamoró de aquella obra y la dependienta de ese hombre porque su mayor sorpresa se la llevó al descubrir que bajo aquellas ropas que parecían de una persona de clase baja, se escondía el gran pintor que siempre permanecía ausente.

Hombre que se había hecho a si mismo, que la fama no lo había cambiado ni por fuera ni por dentro y que el dinero lo invertía en lo que más le llenaba que era el arte.

Con este pequeño relato os digo que no es oro todo lo que reluce y que no juzguéis
a la gente por sus apariencias porque muchas veces os podéis perder gente increíble por los prejuicios.

lunes, 22 de enero de 2018

La Caléndula

¿Alguna vez reparáis un par de minutos en darle más vida al sentido del olfato? Cerrar los ojos y no hacer caso de los sonidos ni tocar nada, solo respirar profundamente y oler. 

Supongo que, como todo el mundo, tengo unos cuantos olores favoritos que si tengo el placer de disfrutar me provocan una gran felicidad.

Si hay algo que me encanta como huele, es el jabón; los jabones de manos en pastilla, no los líquidos. A mí madre también le encantan y un día paseando, pasé por una tienda que tenía jabones en el escaparate y no dudé en entrar por si veía alguno que me gustara y poder regalarle.

¿Imagináis el olor al abrir la puerta? Había montones de piezas de jabones artesanos y trozos cortados y muy bien envueltos, perfectos para regalar; rosa de mosqueta, algas, áloe vera, naranja y canela... Los olí todos y elegí. Seguí mirando y también encontré bombas de baño, huevos efervescentes, champú sólido, mascarillas y hasta aceites base y esenciales.
Investigué un poco más por la tienda y vi un montón de productos de cosmética natural y ecológica, maquillajes, geles, cremas y hasta detergentes y otras cosas para limpiar la casa.

Es una tienda estupenda que se llama La Caléndula, se encuentra en Av España, 10 en Algeciras y es un sitio que recomiendo a todo el mundo.

Según ha ido pasando el tiempo han ido ampliando horizontes y ahora también se pueden encontrar muchos artículos relacionados con el embarazo, la lactancia, la alimentación de bebés y su crianza.
Tienen algo que me parece muy curioso, juguetes para los más peques, de madera, artesanos y para la concienciación medioambiental, incluso peluches terapéuticos para bebés.

Además ofrecen actividades desde el embarazo y hasta después del nacimiento, como charlas, yoga para bebés, niños... y hasta cuenta-cuentos y clubes de lectura; porque no lo había mencionado pero también son una librería respetuosa que apuesta por los cuentos ilustrados y donde se pueden, incluso, hacer presentaciones de estos libros.

Yo, como no tengo hijos sigo yendo a por jabones y artículos de cosmética, más que nada y como Elena y Rocío son super amables y encantadoras, pues da gusto pasarse por allí de vez en cuando. 
Si no eres de la zona también puedes ver sus cosillas en su web, http://lacalendula.org/ y te mandan lo que quieras por correo.

Y retomando con lo que empecé... a veces hacemos poco caso a los sentidos, deberíamos intentar aislar por un rato los demás y disfrutar cada vez de uno, concentrándonos solo en ese, solo oliendo, solo saboreando o simplemente escuchando o tocando lo que tenemos alrededor. Vivimos tan deprisa que no disfrutamos de las cosas más sencillas, estaría bien pensarlo y ponerlo en práctica.

lunes, 15 de enero de 2018

El último arcoiris

Y ahora ¿qué quieres que haga yo cuando vaya a la cocina y no te vea en tu jaula, cuando ya ni siquiera esté tu jaula?
¿Qué quieres que haga yo cuando no me des los buenos días y yo te trate como a un niño pequeño como si fuera tu mamá?
¿Qué quieres que haga yo cuando no te vea dormir durante el día con lo bonito que estabas acurrucadito?
¿Qué quieres que haga yo cuando no acerques tu naricita a los barrotes de tu jaula para saludarme?
¿Qué quieres que haga yo cuando corte frutas o verduras y me quede con ellas en la mano porque tú ya no vas a disfrutar de tu ración?
¿Qué quieres que haga yo con la comida que ha quedado abandonada en la bolsa y la barrita de cereales y miel que te compré la ultima vez que estuve en Madrid?
¿Qué quieres que hago yo con la que dejaste a medias en jaula y que no te dio tiempo a comer entera?
¿Qué quieres que haga yo cuando me acuerde de lo suave que eras y lo limpio que tenías siempre el pelo cuando te acariciaba, si ya no voy a poder volver a hacerlo?
¿Qué quieres que haga yo si ya no voy a escuchar tu ii iii iii cuando iba a cogerte o cuando me veías después de unos días fuera o simplemente cuando a ti te parecía hacerlo?
¿Qué quiere que haga yo con esa sensación al levantarme esta mañana y ver que estabas acostadito ahí, sin moverte y sin hacerme caso cuando te he llamado y al tocarte te he sentido tan frío, cuando  tú siempre dabas tanto calor?
Y ahora ¿Qué quieres que haga yo? Si ya no voy a sonreír cuando te veía entretenido mordiendo los barrotes de tu casa con eso dientes pequeñitos y amarillos. 
Y ahora ¿Qué quieres que haga yo? Si ya no vas a coger el quesito que te daba, con esas pequeñas manitas, casi como si fueras una persona.
Y ¿Qué quieres que haga yo si ya no vas a cerrar los ojitos al verme y acurrucarte para que te acariciara esas orejitas, y el lomo y las patas? Con lo feliz que te hacía a ti y a mí aunque me costara reconocer que se puede querer tanto a una mascota.
Y ¿qué hago ahora yo si no voy a verte tapar la puerta y la ventana de tu casita con papel porque tenías frío en invierno?
Y ¿qué hago yo si no vas a roer más papel, ni a quedarte dormido en cualquier sitio, si no vas a buscar el sol para colocarte allí, si no vas a sacar la cabecita para cotillear quien ha entrado en la cocina, si no vas a salir para ver si te dan algo rico de comer o a acariciarte como tanto te gustaba, si no vas a volver a pegar esos saltos para subirte de un piso a otro en vez de usar las escaleras?
¿Qué hago yo sin volver a tocar esas patas y esas orejas y ese cuello y sentir ese calor que dabas y ese amor al perseguir mi mano cuando te limpiaba la casa?
Y ¿qué hago yo sin ver esos pequeños ojitos negros que me miraban cuando me acercaba?
Mi pequeño, ojalá te hubiese visto dormir, despedirme, darte cariño, no dejarte solo... descansa donde estés. A nosotras lo que nos quedará, será tu arcoíris.

lunes, 8 de enero de 2018

En el metro II

Ella va unos metros por delante de mí, parece que lleva prisa, al doblar la esquina le pierdo la vista ¡vaya! Mi mente empieza a montar en unos segundo toda una historia de lo que podría haber sido, la silencio diciéndome a mí misma: una lastima, aunque no dejo de sorprenderme.

Llego a la esquina donde le perdí la pista y me encuentro una nota diciendo: sígueme. Miro hacia un lado y hacia otro y no veo nada más que vaya dirigido hacia mí.


Sigo hacia delante y justo en un recoveco que hay entre el ascensor y la cabina de la taquilla,  me toman del brazo y me meten hacia el hueco que queda en la oscuridad, donde no llega la luz fluorescente de los tubos del techo.

En ese momento me empieza a entrar miedo, pero cuando descubro que estoy pegada a una camiseta blanca que cubre unos pequeños pechos y ese pelo que recuerdo a la perfección de un instante atrás, mi mente empieza a vibrar de tanto pensar que ya no hay nada claro sobre lo que pueda suceder en ese momento.

Ella se acerca a mis labios y me dice: si te he llamado tanto la atención no me pierdas la pista.  Me suelta las solapas de la chaqueta y echa a andar, saliendo del metro.


Yo me quedo helada por un instante, pero lo justo para poder reaccionar y ponerme a andar; lo que no sé todavía es si seguir mi instinto o continuar rumbo a mi casa, que era mi plan inicial.


No, no, no ¿qué digo? Esto no puede quedar así, se empieza a despertar una curiosidad en mi interior que me hace notar arder mi vientre bajo.

lunes, 1 de enero de 2018

Te imaginas el mundo al revés...

Había olvidado cual es su fuente de energía, su motor, sus ganas de vivir, qué era eso que la mantenía viva y le hacía levantarse cada mañana.

Apenas sentía la sensación de hambre y no recordaba cuando tenía esas ansias y ganas desmesuradas de comer porque ya no las sentía.

Le parecía que no veía bien, con la misma claridad que antes, que había perdido sensibilidad en el cuerpo, que el oído no era tan fino como hacía unas semanas, quizá sí su olfato.
Pero nada le proporcionaba el mismo placer que antes, ni olores, ni bebidas ni alimentos, ni siquiera el sueño llegaba a ser reparador y se sentía casi todo el día cansada y sin fuerzas, con sueño por las esquinas, como si fuera un autómata, un zombi.

Abría los ojos cada mañana y todo parecía irreal, como un sueño, como si siguiera durmiendo de alguna forma pero con los ojos abiertos.
Miraba despacio a su alrededor, intentando reconocer y hacer suyo y conocido todo lo que veía. Se miraba las manos, se fijaba en las líneas  que revelaban el hecho de que ya no era una niña sino una mujer y observaba sus dedos y sus uñas como si no las reconociera propias; las acercaba a sus labios para sentirlas y se daba pequeños mordisquitos en las yemas de sus dedos para asegurarse de que los sentía suyos.

Cerraba los ojos y los abría de nuevo como esperando que al hacerlo todo fuera igual que siempre, igual que antes, con normalidad y no como ahora que aún conociendo lo que le rodeaba y a si misma, increíblemente le parecía raro.



No había bebido pero se notaba como en una especie de trance o en un estado de embriaguez, que a falta de una exactitud mayor en sus palabras era todo cuanto podía asemejar a lo que pasaba.

A veces estaba con bastante tranquilidad pese a este estado extraño y otras veces simplemente no podía soportarlo, parecía que salía de sí, como si la mente no estuviera en su cuerpo, como si un ataque de pánico se apoderara de ella y temía volverse loca, perder el control, la cordura y aquello le obsesionaba.
¿Y si no se pasaba? ¿Y si no era algo temporal sino permanente? ¿Y si no podía seguir con su vida normal, estudiar, trabajar, establecer relaciones...? ¿Y si olvidaba todo lo anterior? A ratos le parecía demasiado lejana su vida cotidiana antes de "esto".

Le aterraba no volver a conectar, perderse y tener que vivir el resto de sus días sin explicación, ya no era como sobrevivir que era lo que hacía antes, ahora ni siquiera podía ponerle la palabra adecuada.

Esa noche volvería a cerrar los ojos de nuevo cuando fuera a dormir y solo esperaba que al día siguiente volviera todo a la normalidad.