jueves, 9 de junio de 2016

Día de examen

El otro día tenía examen de Derecho de la protección social y cuando faltaban tan solo un rato para hacerlo pensé que me apetecía escribir este post y contar las peripecias de un día de examen.

Si tengo suerte de que sea por la tarde, tengo la costumbre de ir pronto a la universidad y quedarme en la biblioteca todo el día, concentrada, estudiando y pensando únicamente en la asignatura que tengo por delante.

Suelo estar allí desde las nueve de la mañana más o menos y como soy de las primeras, normalmente veo llegar a todo el mundo.

Una cosa que me llama la atención es que ya puede estar la biblioteca vacía que siempre viene el de turno y se sienta o en la mesa de al lado o en la de delante o detrás de mí. Por favor, ¿es que no hay más sitio en tooooda la sala?

Hay estudiantes la mar de curiosos, está el típico que llega con sus libros y apuntes llenos de colorines, la botella de agua y todo bien preparado.

Luego van los que estudian con música y no se quitan los cascos en toda la mañana, la típica que no para de sonarse la nariz porque estamos en época de alergia o si es invierno anda con un resfriado del copón.

Seguimos con los que leen una linea y ya están comprobando el móvil, los que se olvidan de apagarlo y les suena en medio de la biblioteca y todos le miramos con cara de asesinos en serie.

Los que no paran de salir a fumar y vuelven con un pestazo a tabaco que hay que abrir las ventanas, los que van al baño cada media hora pero siguen bebiendo su botella de agua mineral de 2 litros como si no hubiera mañana.

Los que comen chicles, caramelos, hacen ruidos con la boca, tosen, hacen jaleo con la silla y la mesa, las que no paran de tocarse el pelo y mis favoritos, los que llegan con su portátil, su tablet y su móvil y se ponen a hacer algo que yo no atino a saber pero que parece muy profesional y muy importante.

En fin y luego está el bibliotecario que no quita el volumen al teléfono, que si suena lo coge y se pone a hablar tan tranquilo, que no para de levantarse a coger libros y organizar y limpiar las estanterías, que está venga a darle al teclado y que habla en tono de conversación normal cuando alguien se le acerca a preguntarle algo.

Yo suelo comer allí y sigo estudiando hasta que llega la hora del sacrificio. Treinta minutos antes de que nos pasen al salón, allí estoy yo paseando por el patio de un lado a otro.

Me encomiendo a todos los santos habidos y por haber que recuerdo en ese momento y cuando ya me he dicho a mi misma mil doscientas veces y una más que me lo sé, reviso mis bolsillos para asegurarme de que llevo todo lo que pueda necesitar, bolis, pañuelos de papel, caramelos, el DNI, el móvil en silencio, el carnet de la universidad...

Entonces empieza a llegar la gente y comienza la parte interesante y curiosa. En un momento se llena el recinto de alumnos desquiciados que parecen ir al matadero.

A mí me gusta mirarlos, observarlos, contarlos y repasarlos incluso. Cada uno es de su padre y de su madre, está claro -o de sus dos padres o dos madres, que ya estamos en tiempos modernos y hay que adaptar los dichos y refranes -.

El caso es que puedes ver al típico pijito con pantalón corto, polo de marca y zapatos sin calcetines, de marca también, of course.

Al camarero, obrero, oficinista etc. con uniforme que viene directamente del trabajo y allí tiene que volver con su certificado en mano en cuanto acabe.

Los ves con pantalones largo y camisa de manga larga, con pantaloncillos de deporte y zapatillas, chicas con vestidos y taconazos además de tres kilos y medio de chapapote, otras más de sport y con el pelo recogido distraidamente.

Unos fumando, otros mirando el móvil, otros que se sientan en el bar de al lado y se toman una tila o un refresco de cola para inspirarse.

Los hay que no conocen a nadie y se ponen en una esquina aislados, los que llegan y ven a su grupito y se ponen a contarse su vida, los que directamente comentan apuntes en mano si se saben esto lo otro que seguro van a preguntar.

Están los que no sueltan el libro hasta el segundo antes de enseñar el carnet y que salga por la impresora su examen, los que llevan un boli y nada más en las manos, los que cargan con códigos y programas, los que llevan el estuche, la calculadora científica, la regla y hasta a su tía por las patas, incluso las que van con bolsos como para la playa o mochilas para salir de acampada.

Tenemos a los pobres vírgenes, asustados, de 18 años y que van a su primer examen de la universidad, los perros viejos de 70 que está aburridos en casa y se ponen a estudiar y los más abundantes de entre 25 y 55 diría yo, por poner una franja de edad.

Yo me fijo en todos porque la gente y sus manías o reacciones y costumbres me parece apasionante.

Confieso que todo el proceso es emocionante, de verdad, la adrenalina que sientes desde el día anterior cuando la presión y los nervios te hacen memorizar, por fin, todo eso que lleva meses resistiéndose, ese calor, ese frió, esas manos que sudan, ese estómago que te hace cosquillitas - o retortijones que leche, cada cosa por tu nombre - y saber que en cuento salgas serás por un rato la persona más feliz del mundo, independientemente de como te salga el examen.

Piensas, tanto agobio, tantos nervios, tanto tiempo dedicado a estudiar y de perderte vivir ¿vale la pena?

Para apreciar lo bueno hace falta saber como es lo malo y ese estado al terminar el examen es indescriptible. Ya intenté yo contarlo en otro post y no voy a repetirme.

Solo decir que aunque refunfuñe en el fondo me gusta y que el día que termine la carrera no lo podré evitar... tendré que empezar otra.

6 comentarios:

  1. Eres buena observadora, está claro. Me has traído recuerdos de mis tiempos en la Universidad; que odiosa esa espera hasta que llega la hora del sacrificio, en la que no te entra ni una letra más. No me imagino mejor manera de matar los nervios que escribir un post.
    Saludos.

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    1. Muchísimas gracias y bienvenido al blog. Espero que te guste y nos encantará verte por aquí cuando te apetezca. La universidad y el instituto son épocas estupendas :) un saludo

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  2. Observadora como Mini-Fu!!!! Cuando vivía en Barcelona me gustaba pasarme las tardes en La Rambla observando a la gente. Muchas veces me quedaba tan embobad@ que me pasaban las horas sin enterarme. Ver los tics, los andares, los gestos de la gente es una cosa fascinante... Eso sí de lejos :)

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  3. Jaja, yo soy madrileña aunque ahora vivo en la costa y tengo un amigo que los domingos se va a echar la tarde a la estación de Atocha y la pasa la mar de entretenido viendo a unos y otros pasar por allí. Estoy poniéndome al día mi querido cojín. En cuanto pueda voy escribiéndote ;)

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  4. Muy buen post, me has enganchado desde el principio!

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  5. Muchas gracias y bienvenida al blog. Nos alegra mucho que te guste. Te invitamos a formar parte de los amigos del blog y a leernos cada lunes y jueves. Un saludo

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